En estos días, gentes de buen corazón han contemplado horrorizadas imágenes como la de Aylan, un menor kurdo que yacía en una playa turca, después de que Canadá denegase el asilo a su familia.
El Mediterráneo, un maravilloso mar que debería unir pueblos, se ha convertido en un inmenso cementerio. Cada día comprobamos el desastre que nos rodea, salpicado de datos escalofriantes. El 40% de quienes buscan refugio son menores de 11 años.
Pero no estamos hablando de un fenómeno atmosférico, ni de algo inevitable. ¿Cuál es el origen? ¿Qué ha sucedido en estos años para producir esta inmensa tromba de seres humanos dispuestos a echarse al mar, con más posibilidades de perder la vida que de ganarla?
A nuestra memoria acuden las imágenes del año 2003, cuando se produjeron en España inmensas movilizaciones bajo un mismo grito:
«No a la guerra». Eran los tiempos del Trío de las Azores, de las «armas de destrucción masiva», de la necesidad de liberar Irak. ¿Lo recuerdan, verdad? No conseguimos detenerla, gracias a un gobierno sordo y ciego, no muy distinto del actual. Todo el mundo conoce las consecuencias. Desde entonces, el mundo ha sido arrastrado a una lógica guerrerista imparable, implementada siempre por los mismos.
La obsesión por el dominio de Oriente Medio se ha traducido en violencia al por mayor contra pueblos soberanos, jaleada y aplaudida por el establishment de nuestras sociedades.
Países destrozados y martirizados (no olvidamos Palestina), convertidos en estados fallidos, condición sine qua non para el expolio de sus recursos.
Porque no, nuestros gobiernos no lo hacen por los derechos humanos, que nadie se engañe. Lo hacen por el control de los recursos. Si no, ¿Para cuándo la intervención en Arabia Saudí, dónde se decapita de forma legal a un centenar de personas al año?
Reclamamos solidaridad y ayuda para las personas que hoy piden refugio en Europa. Es lo menos que podemos hacer.
Pero sería bueno recordar la responsabilidad en la tragedia de sus países de origen, a la UE y los Estados Unidos de América.
Y movilizarnos, volver a tomar las calles, para gritar de nuevo ¡NO A LA GUERRA!